A
los Nicaragüenses, a los Centroamericanos, a la Raza
Indo-Hispana.
El hombre que de su patria no
exige ni un palmo de tierra para su
sepultura, merece ser oído, y no tan
solamente ser oído, sino también merece
ser creído.
Soy nicaragüense y me siento
orgulloso porque en mis venas circula,
más que todo, la sangre india, que por
atavismo encierra el misterio de ser
patriota, leal y sincero.
El vínculo de nacionalidad me da
el derecho de asumir la responsabilidad
de mis actos, sin importarme que los
pesimistas y los cobardes me den el
título que a su calidad de eunucos más
les acomode.
Soy artesano, pero mi idealismo
campea en amplio horizonte de
internacionalismo, lo cual representa el
derecho de ser libre y hacer justicia,
aunque para alcanzarla sea necesario
constituirla a base de sangre. Que soy
plebeyo, dirán los oligarcas, o sean las
ocas del cenagal.
No importa. Mi mayor honra es
surgir del seno de los oprimidos, que
son alma y nervio de la Raza, y que
hemos vivido postergados, a merced de
los desvergonzados sicarios que ayudaron
a incubar el crimen de alta traición,
mostrándose indiferentes al dolor y la
miseria del liberalismo, al cual
perseguían encarnizadamente, como si nos
fuéramos de una misma nación.
Hace
diecisiete años Adolfo Díaz y Emiliano
Chamorro dejaron de ser nicaragüenses,
porque la ambición mató al derecho de su
nacionalidad, arrancando del asta la
representación nacional, la Bandera que
cubre a todos los nicaragüenses, la cual
ondea perezosa y avergonzada por la
ingratitud e indiferencia de sus hijos,
que no hacen un esfuerzo sobrehumano
para libertarla ya de las garras de la
monstruosa águila de pico encorvado y
ensangrentado con la sangre de
nicaragüenses, mientras en el Campo de
Marte flota la bandera más asesina de
los pueblos débiles y enemiga de nuestra
Raza e idioma.
¿Quiénes son los que ataron a mi
Patria al poste de la ignominia? Díaz y
Chamorro; y aún quieren tener el derecho
estos mercenarios para declararse
oligarcas apoyados en los Springfield
del invasor.
No. Mil veces no.
La revolución liberal, para mí y
mis compañeros de armas que no han
traicionado, que no han claudicado y que
no han vendido sus rifles para
satisfacer su ambición, está en pie, y
hoy más que nunca está fortalecida
porque sólo quedarán en ella los
elementos que han dejado aquilatado el
valor y abnegación de que se haya
revestido todos liberal.
Si desgraciadamente Moncada
faltó a sus deberes de militar y
patriota, no fue porque la mayoría de
los jefes que formábamos en la Legión
del Ejército Liberal fuéramos
analfabetas, y que pudiera, por ese
motivo, imponernos como emperadora su
desenfrenada ambición.
En las filas del liberalismo hay
hombres conscientes que saben
interpretar los deberes que impone el
honor militar, así como el decoro
nacional, supuesto que el ejército es la
base fundamental en que descansa la
honra de la Patria, y por lo mismo no
puede personalizar sus actos porque
faltaría a sus deberes.
Yo juzgo a Moncada ante la
Historia y ante la Patria como un
desertor de nuestras filas, con el
agravante de haberse pasado al enemigo.
Nadie lo autorizó a que
abandonara las filas de la revolución
para celebrar tratados secretos con el
enemigo, mayormente con los invasores de
mi Patria. Su jerarquía le obligaba a
morir como hombre antes que aceptar la
humillación de su Patria, de su Partido
y de sus correligionarios.
¡Crimen imperdonable que reclama
la vindicta!
Los pesimistas dirán que somos
muy pequeños para emprender una obra de
esa magnitud; yo, por lo contrario,
juzgo y me persuado que por muy
insignificantes que seamos, es más
grande nuestra altivez y nuestro corazón
de patriotas. Por lo mismo, ante la
patria y ante la historia, juro que mi
espada defenderá el decoro nacional y
dará la redención a los oprimidos.
Acepto
el reto del cobarde coloso invasor y de
los traidores a la Patria. Nuestros
pechos serán murallas donde se estrellen
sus hordas, pues tengo la firme
convicción de que cuando hayan matado al
último de mis soldados, más de un
batallón de los de ellos habrán mordido
el polvo de mis agrestes montañas. No
seré Magdalena que de rodillas implore
el perdón de mis enemigos, porque creo
que nadie tiene derecho en la tierra de
ser semidiós humano.
Quiero tener la satisfacción de
convencer a mis compatriotas, a los
Centroamericanos y a la Raza
Indio-Hispana, de que en las montañas de
la Cordillera Andina hay un grupo de
patriotas que sabrá morir como hombres,
en lucha abierta, defendiendo el decoro
nacional.
Venid gleba de morfinómanos,
venid a asesinarnos a nuestra propia
tierra, que yo os espero a pie firme al
frente de mis patriotas soldados, sin
importarme el número de vosotros; pero
tened presente que cuando esto suceda,
con la destrucción de vuestra grandeza
trepidará el Capitolio de Washington,
enrojeciendo con nuestra sangre la
esfera blanca que corona vuestra famosa
White House, antro donde maquináis
vuestros crímenes.
Yo quiero asegurar a los
Gobiernos de Centro América, mayormente
al de Honduras, que mi actitud no debe
preocuparle, creyendo que porque tengo
elementos más que suficientes invadiría
su territorio en actitud bélica para
derrocarlo. No. No soy un mercenario,
sino un patriota que no permite un
ultraje a nuestro soberanía.
Deseo que, ya que la naturaleza
ha dotado a nuestra Patria de riquezas
envidiables, y nos ha puesto como el
punto de reunión del mundo, y que ese
privilegio natural es el que ha dado
lugar a que seamos codiciados hasta el
extremo de querernos esclavizar, por lo
mismo anhelo romper la ligadura con que
nos ha atado el nefasto Chamorrismo.
Nuestra joven Patria, esa morena
tropical, debe ser la que ostente en su
cabeza el gorro frigio con el bellísimo
lema que simboliza nuestra Divisa Rojo y
Negro, y no la violada por los
aventureros morfinómanos yankees,
traídos por cuatro esperpentos que dicen
haber nacido aquí en mi Patria.
El mundo sería un desequilibrado
permitiendo que sólo los Estados Unidos
de Norteamérica sean dueños de nuestro
Canal, pues sería tanto como quedar a
merced de las decisiones del Coloso del
Norte, de quien tendría que ser
tributario; los absorbentes de mala fe,
que quieren aparecer como dueños sin que
justifiquen tal pretensión.
La
civilización exige que se abra el Canal
de Nicaragua, pero que se haga con
capital de todo el mundo y no que sea
exclusivamente de Norte América, pues
por lo menos la mitad de un valor de
construcción deberá ser con capital de
la América Latina y la otra mitad de los
demás países del mundo que deseen tener
acciones en dicha empresa y que los
Estados Unidos de Norteamérica sólo
puedan tener los 3 millones de dólares
que les dieron a los traidoras Chamorro,
Díaz y Cuadra Pasos, y Nicaragua, mi
Patria, recibirá los impuestos que en
derecho y justicia ya le corresponden,
con lo cual tendríamos suficientes
ingresos para cruzar de ferrocarriles
todo nuestro territorio y educar a
nuestro pueblo en el verdadero ambiente
de democracia efectiva, y así mismo
seamos respetados y no nos miren como el
sangriento desprecio que hoy sufrimos.
Pueblo hermano:
Al dejar expuestos mis ardientes
deseos de defender mi Patria, os acojo
en mis filas sin distinción de color
político, siempre que venga bien
intencionados para defender el decoro
nacional, pues tened presente que a
todos se puede engañar con el tiempo,
pero con el tiempo no se puede engañar a
todos.
Mineral de San Albino, Nueva
Segovia, Nicaragua, C.A., Julio 1 de
1927
Patria y Libertad
Augusto César Sandino
|